Supongo que todo el mundo está al tanto de la situación: hace ya más de medio año desde que Rusia invadió Ucrania y lo que se esperaba fuese una guerra relámpago, se ha convertido en una de desgaste que ha propiciado, a su vez, toda clase de despropósitos. El primero y más importante, el humanitario, que afecta sobre todo a la población ucraniana en las zonas de conflicto. Pero no es el único.
Las sanciones que gran parte de los países y organizaciones supranacionales, principalmente occidentales, han aplicado sobre Rusia desde el inicio del conflicto se han hecho notar y, si bien no le han torcido el gesto a los mandamases del Kremlin porque tampoco se han atrevido a tanto, han tenido efectos notables en la economía del país, que ha visto cómo muchas de las grandes compañías estadounidenses y europeas abandonaban el territorio, en muchos casos más motivadas por no quedar retratadas de cara a la galería, que por una convicción real.
Entre otras, muchas de las grandes tecnológicas, excusa perfecta para que Putin y su camarilla se reafirmen en una decisión que está siendo noticia estos días, pero que viene de lejos: librarse de todo el software y servicios de los gigantes estadounidenses en pos de una soberanía tecnológica que garantice no solo el acceso a la tecnología, sino la seguridad nacional. Lo típico, vamos. Dos noticias para entenderlo todo mejor, aunque son cientos: Rusia no podrá comprar semiconductores más potentes que la GPU de PS2 y Rusia no podrá comprar semiconductores más potentes que la GPU de PS2.
No es de extrañar, por lo tanto, que en Rusia estén, por un lado importando microchips de contrabando al por mayor, al tiempo que aumentan sus esfuerzos en desarrollar sus propios procesadores basados en tecnologías abiertas como RISC o ARM; y por el otro, redoblando esfuerzos para quitarse de encima la dependencia de Windows como sistema operativo en favor también de alternativas libres de código abierto. Y, de todas, Linux es la mejor posicionada.
Nada nuevo bajo el sol ¿verdad? Lo cierto es que no: hace más de una década que recogíamos en estas páginas noticias como que Rusia quiere implantar Linux en el gobierno, o que Rusia quiere desarrollar su propio sistema operativo basándose en Linux para evitar la dependencia de Microsoft. Años después la cantinela seguía siendo la misma: que si Rusia quiere prohibir Windows y apostará por Linux, que si Rusia se queda con ReactOS como segundo sistema operativo después de Linux…
Supongo que todo el mundo está al tanto de la situación: hace ya más de medio año desde que Rusia invadió Ucrania y lo que se esperaba fuese una guerra relámpago, se ha convertido en una de desgaste que ha propiciado, a su vez, toda clase de despropósitos. El primero y más importante, el humanitario, que afecta sobre todo a la población ucraniana en las zonas de conflicto. Pero no es el único.
Las sanciones que gran parte de los países y organizaciones supranacionales, principalmente occidentales, han aplicado sobre Rusia desde el inicio del conflicto se han hecho notar y, si bien no le han torcido el gesto a los mandamases del Kremlin porque tampoco se han atrevido a tanto, han tenido efectos notables en la economía del país, que ha visto cómo muchas de las grandes compañías estadounidenses y europeas abandonaban el territorio, en muchos casos más motivadas por no quedar retratadas de cara a la galería, que por una convicción real.
Entre otras, muchas de las grandes tecnológicas, excusa perfecta para que Putin y su camarilla se reafirmen en una decisión que está siendo noticia estos días, pero que viene de lejos: librarse de todo el software y servicios de los gigantes estadounidenses en pos de una soberanía tecnológica que garantice no solo el acceso a la tecnología, sino la seguridad nacional. Lo típico, vamos. Dos noticias para entenderlo todo mejor, aunque son cientos: Rusia no podrá comprar semiconductores más potentes que la GPU de PS2 y Rusia no podrá comprar semiconductores más potentes que la GPU de PS2.
No es de extrañar, por lo tanto, que en Rusia estén, por un lado importando microchips de contrabando al por mayor, al tiempo que aumentan sus esfuerzos en desarrollar sus propios procesadores basados en tecnologías abiertas como RISC o ARM; y por el otro, redoblando esfuerzos para quitarse de encima la dependencia de Windows como sistema operativo en favor también de alternativas libres de código abierto. Y, de todas, Linux es la mejor posicionada.
Nada nuevo bajo el sol ¿verdad? Lo cierto es que no: hace más de una década que recogíamos en estas páginas noticias como que Rusia quiere implantar Linux en el gobierno, o que Rusia quiere desarrollar su propio sistema operativo basándose en Linux para evitar la dependencia de Microsoft. Años después la cantinela seguía siendo la misma: que si Rusia quiere prohibir Windows y apostará por Linux, que si Rusia se queda con ReactOS como segundo sistema operativo después de Linux…
En 2019, anteayer como quien dice, nos hacíamos eco de que los ejércitos de China y Rusia no se fían de Windows y preparan el reemplazo, porque como es obvio, no solo la tierra de los zares está interesados en conseguir la independencia tecnológica. La cuestión es que no importa si hablamos del gigante euroasiático o del puramente asiático, porque cada actualización que tenemos de sus intencionese reduce a eso, intenciones que nunca terminar de concretarse.
Es por ello que la información que están recogiendo algunos medios tecnológicos raíz de un artículo del medio Kommersant, cuyo titular Linux vivió, Linux está vivo, Linux vivirá, cual lema de la guerra fría y con un contenido va en una dirección semejante, da la sensación de que está llamando más la atención fuera del ecosistema de Linux que dentro. Quizás, cabe repetir, porque ya nos conocemos la cantinela. Claro que incluso el cuento de Pedro y el lobo puede terminar por hacerse realidad.
El contexto es importante, por supuesto, y ya se ve en qué contexto nos encontramos: guerra, más guerra, amenazas de bombazos nucleares, de un invierno particularmente inhóspito… no vamos a regodearnos ahora en los malos presagios, pero están a la orden del día. Total, que impulsado por el contexto, el gobierno ruso estaría dando pasos más decisivos en su abandono de Windows y la consiguiente apuesta por Linux. Por ejemplo, con políticas de contratación con las administraciones públicas que censuran al uno en favor del otro.
Qué quedará de todo esto cuando las intenciones llevan ahí años, no se sabe, pero parece que este es el momento de ahora o nunca. Sea como fuere, no va a resultar una tarea sencilla en un país en el que a Windows se le supone una cuota de mercado del 95%, incluyendo los desarrolladores encargados de la transición y las administraciones públicas a las que esta va dirigida, así como leitmotiv de la presente iniciativa. Pero es que solo el software de código abierto puede garantizarles la independencia tecnológica que ansían.
Esa es otra: también en el mundo del código abierto se han levantado voces en contra de Rusia y agitando la bandera del boicot, por más estúpido que sea el planteamiento. sin embargo, ni el Open Source puede boicotear a Rusia, ni nadie debería hacerlo, y aunque lo segundo es una opinión muy prematura que ahora podría reformular muy sucintamente, eso sí, lo primero es un hecho incontestable y en él se basan los líderes rusos para promover iniciativas como la que nos ocupa.